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CUENTOS CORTOS

 

Centro Psiquiátrico Kings Park

 

 

El Centro Psiquiátrico Kings Park ubicado en la ciudad de Nueva York, en un entorno rural del condado de Suffolk, es una institución mental abandonada que se cree está embrujada.

El complejo inauguró sus instalaciones en el año 1885 con el fin de tratar a los locos y enfermos mentales. Por mucho tiempo fue conocido como "Kings Park Lunatic Asylum".

Muchos pacientes murieron a manos de sus compañeros y sus muertes fueron cubiertas en los registros por el personal para ahorrarse papeleo e investigaciones innecesarias; otros se perdieron en el inmenso bosque que rodea al hospital y jamás fueron encontrados.

Los rumores dicen que el Hospital Kings Park está infestado por los fantasmas de los muchos pacientes que vivieron y murieron allí.

En los túneles debajo del hospital se han descubierto cámaras de tortura donde los pacientes eran retenidos contra su voluntad, también se dice que se escuchan voces y gritos en el laberinto de pasillos subterráneos de este gigantesco hospital.

 

Era verano de 1980, y un joven chico había vuelto a casa por vacaciones de la universidad; Benjamín Wilson, al que todos llamaban Benny, tenía dieciocho años, era el típico chico modelo, alto, de metro ochenta, fuerte, jugador de rugby, rubio como el oro y de ojos azules como el mar. Su cara era alargada, con pómulos marcados y barbilla puntiaguda, la nariz pequeña y respingona. Las cejas rubias y poco pobladas. Ojos grandes y ovalados, de piel blanca, a pesar de que pasaba horas al aire libre entrenando, Nueva York es muy frío en invierno.

Ahora que había vuelto a casa, y en verano hace calor, quería aprovechar para pasarlo con los viejos amigos del instituto y bañarse en el lago. Pero su padre tenía otra idea de cómo debía de pasar las vacaciones. Al entrar a su habitación encontró en la cama un uniforme de vigilante de seguridad.

El uniforme estaba compuesto por una camisa de vestir de manga larga, de color azul cielo, combinada con azul marino en las solapas de los dos bolsillos delanteros, colocados a la altura del pecho, y en las hombreras. Justo encima del bolsillo derecho lleva una insignia enganchada con velcro con el escudo del Hospital Kings Park. El escudo es rectangular con las puntas en bisel, el fondo blanco y las letras son azul marino bordadas y enmarcado por un bordado de color dorado, de fondo el caduceo de Hermes o Mercurio del mismo tono dorado. Colgado del bolsillo izquierdo con una pinza lleva la identificación y pase de seguridad. Una corbata y unos pantalones de vestir de color azul marino. Un cinturón negro de piel alrededor de la cintura con diferentes anillas para colgar los manojos de llaves, la linterna, la porra, además de unas esposas también enfundadas y unas botas militares negras.

A pesar de su enfado no podía contradecir las órdenes de su padre. Así que Benny empezó su turno esa misma noche en el Hospital Kings Park. Siempre le había dado miedo ese lugar por las leyendas urbanas que corrían acerca del hospital, las había oído desde que era pequeño. Así que sacando fuerzas de flaqueza apretó los dientes y entró en el gran edificio que se hallaba ante él. Por suerte las navidades pasadas sus padres le habían regalado un walkman Sony TPS-L2, acababa de salir al mercado prácticamente, podía reproducir hasta 60 minutos de música (30 minutos por cara) y llevaba unos cascos estéreos, así que se presentó ante el vigilante que terminaba el turno de la tarde, el cuál le hizo entrega del manojo de llaves que abrían las diferentes puertas del edificio y le explicó rápidamente lo que debía hacer durante la noche.

Realmente no debía hacer mucho, sentarse delante de los monitores y vigilar que no pasara nada, estar atento a una bombilla roja colocada justo encima de las pantallas, si se encendía era que se había abierto alguna puerta o algún celador había pulsado el botón de alarma. Y hacer una ronda asegurándose de que todo estuviera bien cerrado cada dos horas, eran las nueve de la noche y el turno era de doce horas. Así que debería hacer seis rondas de una hora cada una.

Como tenía el walkman no debía preocuparse por escuchar ruidos ni nada por el estilo, eso le daba cierta seguridad. A eso de las tres de la madrugada, cuando ya empezaban a pesarle los parpados, a pesar de tener una cafetera en la garita, bastante malo el café, por cierto. Observó que uno de los monitores empezó a hacer niebla, hasta que desapareció la imagen por completo, pero a los dos segundos regreso la imagen de nuevo. A los dos minutos volvió a suceder pero esta vez la imagen no regresaba por lo que tuvo que levantarse e ir a ver que le había pasado a la cámara. Para llegar a la sala común, era la sala de recreo de los pacientes, tenía que abrir tres puertas y cruzar dos pasillos que formaban una L. Se colocó su walkman y se encaminó hacia la sala común. Se hacía repetitivo el tener que abrir y cerrar cada puerta antes de abrir y cerrar la siguiente, pero era por seguridad, eso decían, aunque no sabía quién estaba peor si los de dentro o los de fuera.

Al ir a cerrar la segunda puerta empezó a sentir un escalofrío por el cuello que le recorrió toda la espalda, el frío se sentía cada vez más intenso a medida que avanzaba por el pasillo y se acercaba a la tercera y última puerta. En el momento en que introducía la llave en la cerradura un click le hizo meter un bote, era el walkman que había terminado esa cara y debía de darle la vuelta. Se rió de sí mismo al haberse asustado por algo tan insignificante. Al introducir la llave para abrir la puerta notó que estaba caliente y justo cuando la terminó de girar la llave estaba al rojo vivo al igual que el asa de la puerta que el sostenía con su mano izquierda, le dejó impresa en toda la palma de la mano la forma alargada del asa. No llegó a empujar la puerta, ya que su reacción fue cogerse la muñeca de la mano herida y acercársela a su cuerpo para mirar cuál era el daño sufrido, cuando aún no había recobrado la conciencia del todo, ya que estaba estupefacto por lo ocurrido, levantó levemente la cabeza y vio algo que le heló la sangre. Justo enfrente de él, se hallaba una niña, de espaldas, tenía un cabello negro azabache que resaltaba con el blanco de la bata que vestía, una bata como las que se usaban al principio de abrirse el hospital.

Se acercó poco a poco a ella, intentando no hacer ruido, y con dificultades para tragar saliva, temiendo lo que iba a ver, el sudor frío invadía toda su cara y cuerpo, al llegar a la niña justo en el momento en el que iba a poner su mano sobre su hombro, ella se volvió rápidamente emitiendo un grito gutural, que no era de alguien con vida. Las cuencas oculares eran negras, la piel era reseca y gris como si fuera ceniza. Benny a pesar de tropezarse con sus propios pies corrió lo más que pudo hacia atrás, sin saber cómo, se dio la vuelta y empezó a buscar rápidamente la llave que abría esa maldita puerta. A sus espaldas oía arañazos en las paredes, como si fueran de pizarra, le daban dentera. No quería darse la vuelta, no quería ver que había tras de él. Se le cayeron las llaves al suelo hasta tres veces. Cuando por fin logró abrir la puerta una mano negra con textura cenicienta le estaba agarrando el hombro y tirando de él.

Por la mañana cuando llegó el vigilante de seguridad a relevarle se encontró con la garita vacía, extrañado entró y miró los monitores en busca de Benny, lo que vio no podía ni quería creerlo. Corrió hacia la sala común, y encontró a Benny con una soga al cuello, ahorcado en la lámpara de la sala, no había ni una silla ni taburete cerca de él, sólo un círculo de cenizas en el suelo rodeando su cuerpo. 

 

 

¿QUIERES JUGAR CONMIGO?

 

 

 

Madelyn Hudson era una niña de diez años que vivía en una gran casa, era de familia acomodada. Tenían una casa de estilo victoriano en el barrio Haight Ashbury de San Francisco. Situado en la parte alta de la ciudad, al norte de la calle Market y del barrio de Castro, y cerca del Golden Gate Park, todas las casas son de este estilo pero se diferencian por sus coloridas fachadas.

Madelyn se caracterizaba por tener una piel muy blanca, el pelo moreno, negro como la noche, y unos ojos verdes muy claros. Su salud no era buena, era una niña emfermiza, así que siempre estaba en casa, y no tenía amigos.

Pasaba horas leyendo en la biblioteca que tenían en casa, y a ratos, observaba por el ventanal viendo a los niños ir y venir en grupos; tener amigos era su mayor deseo, pero todos en casa siempre la trataban como si fuera de porcelana. Y Madelyn odiaba eso, ya que no consideraba que fuera tan débil como para que la cuidarán tanto. Se sentía asfixiada y no tenía a nadie con quien compartir sus pensamientos.

Un día, su padre llegó de un largo viaje y con él le trajo un presente a su hija, uno que quizás la alegraría, pues últimamente se le veía en la cara que no estaba muy feliz, que se sentía sola. Su única compañía eran los libros que leía, así que le trajo una gran casa de muñecas. En realidad era una réplica exacta de su propia casa. Tenía todos los adornos imaginables, desde las cañerías hasta las pequeñas lámparas, los muebles, cuadros, cortinas… y además, acompañando la casita de madera, traía cuatro muñecas, por las ropas y tamaños se podía decir que una muñeca representaba al padre, la otra muñeca a la madre y los dos más pequeños representaban el hijo y la hija. Una familia completa de muñecas. 

Al principio Madelyn no parecía muy contenta con el regalo, pero disimulo por el bien de su padre, no quería herir sus sentimientos, así que le agradeció muy entusiasmada por el regalo.

Madelyn durante un tiempo apenas hizo caso a la casa de muñecas y a éstas. Pero poco a poco fue dejando los libros para pasar más tiempo en la sala de juegos. La sala de juegos era la antigua habitación de bebé de Madelyn, donde estaban sus muñecos de trapo, muñecas de porcelana, su mesita y juego de té… y ahora, el centro de la habitación, estaba ocupado por la casa de muñecas.

Sus padres al principio no notaron ningún gran cambio en ella, pero poco a poco se la veía más feliz pero a la vez más ojerosa y cansada, como si no descansara lo suficiente. Una noche de verano en la que el calor era sofocante, su padre se levantó para ir a beber a la cocina, escucho cuchicheos y risillas, como de niños pequeños, extrañado fue hacia la procedencia de esas voces. Salían de la sala de juegos, al abrir la puerta vió a Madelyn jugando con las muñecas, al girarse la niña le pareció ver algo extraño, sus ojos no eran del mismo color verde claro de siempre, se estaban oscureciendo, más que eso, se estaban volviendo marrones. Descolocado por lo que acababa de ver sólo pudo pensar que era a causa de la ensoñación que le había causado una mala pasada.

Durante los días posteriores, los sucesos extraños iban en aumento, por las noches se oían voces agudas de niños, risas, cuchicheos, pisadas, y poco a poco se fueron ampliando al día también. Durante el día a veces se veían sombras que cruzaban corriendo por las paredes, sobre todo en los pasillos. Se oían pisadas, como si hubiera niños correteando por el piso superior.

Los padres de Madelyn cada día estaban más desconcertados, así que pidieron ayuda a una vidente. Cuando Victoria llegó a la casa, les dijo a los señores Hudson que la casa estaba encantada. Que algo había poseído el lugar. Victoria recorrió cada estancia de la casa hasta llegar a la sala de juegos, donde Madelyn estaba jugando con las muñecas. Su padre la llamó para que dejara de jugar y Victoria pudiera realizar su trabajo.

Al darse la vuelta Madelyn ya no era ella, su cara antes redondeada estaba más alargada, mucho más pálida de lo que jamás había estado, y no sólo eso, sus ojos verdes se habían convertido en negros.

Victoria dio un paso atrás sobresaltada por la impresión, dentro de la niña habitaban varias almas, dos como mínimo, les dijo a sus padres. Examinando más de cerca las muñecas pudo ver que no eran muñecas corrientes. Estaban hechas de madera, hierba y tela, como las de vudú. Las cuáles para entrar en contacto con las almas, lo raro en este caso es que las almas que habitaban en las muñecas habían poseído el cuerpo de la niña. Victoria estudió todo lo que encontró sobre las muñecas, las casa de muñecas, incluso las supersticiones.

Cuando creía que había encontrado las respuestas volvió a la casa. Le pareció muy extraño que la casa estuviera tan descuidada, la puerta principal ni siquiera estaba cerrada con llave. Se fue introduciendo poco a poco en la casa, sigilosamente, como si no quisiera despertar a alguien. Mientras recorría el pasillo que llevaba a la sala de juegos escucho voces de niños hablando y riendo, pero las risas no eran de este mundo, no pertenecían a nadie vivo. Cuando al fin llegó a la puerta, la cual se encontraba entre abierta, un escalofrío de pánico le recorrió la espalda, su primer impulso fue salir corriendo, pero era algo que no podía hacer. Así que tragó saliva y avanzó hacia el centro de la habitación donde Madelyn se encontraba, sentada con las piernas cruzadas en el suelo, y rodeada de muñecas.

Los ojos de Victoria se abrieron como platos, en el suelo rodeando a la niña se encontraban diferentes muñecas y muñecos, pero eran reconocibles, allí estaban su padre y su madre, las cocineras, la ama de llaves, el cochero… cada miembro del servicio doméstico ahora era una muñeca en manos de esa niña. Madelyn se dio la vuelta y miró a los ojos de Victoria, su cara ya no era suya, se había transformado en alguien, en algo diferente, algo maligno. Madelyn alargó su brazo y agarró la pierna de Victoria.

-Ahora tú también serás parte de la familia.

Nadie supo que había sido de la familia Hudson, pero dicen que hoy en día todavía se oyen risas al recorrer esos pasillos.

 

 

 

 

SARAREVERTÉVILLAR

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